Rodrigo Alonso
Viviana Zargón utiliza la fotografía como punto de partida para la construcción de su universo pictórico. Amplios espacios vacíos –en su mayoría arquitecturas fabriles– se suceden en sus obras con una precisión y unos detalles que el mero recuerdo es incapaz de proveer. Para esto, recurre a una técnica que pone de manifiesto su dependencia del registro, y que en la jerga plástica se conoce como fotorrealismo. Adopta voluntariamente el punto de vista de la cámara, con todas sus implicancias sobre la configuración visual y semántica de la realidad, pero decide encarnarlo en la singularidad de la pintura, en sus procedimientos y tradición, en su espesor e iconicidad.
Sin embargo, en los últimos años el soporte fotográfico se ha sumado al cuerpo de su producción artística. Aunque esta incorporación era, quizás, inevitable, su posterioridad con respecto a la investigación plástica plantea una pregunta acaso paradójica. ¿En qué momento la fotografía dejó de ser pintura? ¿Qué propiedades de la representación técnica han alcanzado, en el pensamiento de Zargón, la estatura conceptual que les permite sustentar el andamiaje de una obra?
Las series de los Objetos inútiles (2011-2014) ofrecen algunas pistas al respecto. Ubicados en una retícula regular y repetitiva, un conjunto de muebles y herramientas de trabajo descontextualizados, retratados sobre un fondo gris uniforme y a una escala que los presenta en un tamaño semejante, conforma una suerte de catálogo de cuerpos extravagantes, solitarios y anodinos. Si se observan de cerca, cada uno posee una singularidad inequívoca, derivada de alguna intervención humana, del paso del tiempo o de su uso. Sin embargo, la artista ha querido mostrarlos como equivalentes. Tomando prestada la representación categorial que Bernd y Hilla Becher han popularizado en su registro de arquitecturas habitacionales y fabriles estandarizadas, Zargón deposita su mirada sobre el estado de abandono que los reúne más allá de su peculiaridad visual. Un abandono que es clave para la lectura de la serie, y en el cual se esgrime un comentario sobre el destino de la aventura industrial del planeta.
La fotografía es una aliada en esta tarea, porque ayuda a resaltar la equivalencia sobre la unicidad. La pintura es siempre un producto único e irrepetible; su realización manual nos invita a aproximarnos a sus detalles, a sus accidentes materiales, a sus transparencias y opacidades, a sus planos y sus líneas. En cambio, la fotografía, tomada a la distancia adecuada, copiada en la dimensión precisa, reiterada en la secuencia justa, se impondrá como el medio serial que es, técnico e inmaterial, distante y carente de espesor.
La pintura es laboriosa y sucia; la fotografía es leve y aséptica. La pintura es producción y proximidad, la fotografía es observación a la distancia. Y ésta es la mirada más acorde con la propuesta crítica de Viviana Zargón. Una mirada que exime a los objetos de sus rasgos emotivos y los presenta en la crudeza de su dimensión técnica. Una mirada que en el mismo momento en que los destaca, los vacía de su utilidad y los condena al archivo.
Estas series forman parte de un proyecto mayor en el que la artista llama la atención sobre los remanentes de una cultura industrial desactivada. Máquinas en desuso, galpones derruidos, empresas desahuciadas conforman un inventario singular recopilado a lo largo de los años. La fotografía cumple un rol fundamental en la construcción de este reservorio de imágenes, no solo por la simplicidad de su organización y almacenamiento, sino fundamentalmente por su condición de testigo.
Si se observan con cuidado las monumentales arquitecturas elegidas por Zargón, nada en ellas preanuncia la desolación y el deterioro. Son ambientes pensados para acoger a numerosas personas, erigidos con materiales tenaces o inalterables (hierro, concreto, etc.), sustentados en estructuras racionales y sólidas. Su deterioro no es consecuencia del paso del tiempo ni del desgaste, sino de la voluntad humana, del abandono intencionado. La fotografía, en cuanto testigo del hecho consumado y depositaria de memoria –su principal uso social–, trasciende la instancia descriptiva fijada en sus formas a través de un relato que incentiva la reflexión histórica.
Pero Zargón no se detiene en la elocuencia del registro. Realiza operaciones sobre las imágenes: las dobla, las fragmenta, introduce cortes en la continuidad de la realidad que representan y pausas en la continuidad de su lectura. Confronta las estructuras arquitecturales de los edificios con las estructuras perceptivas del espectador cuando éste debe recomponer visual y mentalmente la organicidad de la estampa fotográfica. Coarta la posibilidad de capturar la totalidad de algunas imágenes invitando al observador a desplazarse a lo largo de ellas, es decir, las presenta como entidades inabarcables. Dificulta cualquier lectura que se base en el reconocimiento inmediato.
Este trabajo adosado a las imágenes, o mejor dicho, a su presentación, surge de comprender las exigencias y las particularidades intrínsecas a cada modo de representación. Aquí, ciertos registros pulsan por ser pintura, otros por ser fotografía, otros por ser relatos, otros por ser archivos, otros por ser historia. En los últimos años, Viviana Zargón se ha dedicado a refinar estas decisiones, y a articular sus consecuencias sobre su propio universo conceptual y sobre los mecanismos de lectura del espectador. Y al hacerlo, ha dotado a su producción de la complejidad y el espesor de una verdadera investigación estética.
De esta pesquisa se desprenden algunas situaciones interesantes por su capacidad para calar hondo en los dispositivos de construcción de las imágenes. Como ejemplo, tomemos la pieza fotográfica Palais des Machines (papel plegado en 15 módulos, 2011) y la pintura Sin título, de la serie Palais des Machines (acrílico sobre tela, 16 módulos, 2011). En ambos casos, la artista parte de la misma base –un registro levemente distorsionado del Palacio de las Máquinas construido para la Exposición Universal de París de 1899– fragmentada en secciones que trastocan su continuidad visual. Pero el efecto, en cada caso, es diferente. Porque la fotografía surge de cortar una imagen que en su origen era completa. La pintura, en cambio, no parte de una tela con la imagen entera que luego se fragmenta, sino que cada parte del políptico ha sido pintada por separado. Mientras en la obra fotográfica los cortes producen un efecto de discontinuidad, en la pintura, la sucesión de los fragmentos produce el efecto exactamente opuesto, la sensación de un continuo.
Por esto, no hay conflicto entre la pintura y la fotografía en la obra de Viviana Zargón. Cada medio aporta un espacio de reflexión práctica a unas preocupaciones que exceden la pericia técnica, aunque muchas veces sea ésta la que llama la atención en primera instancia.
Finalmente, los temas y las imágenes que habitan sus obras constituyen otro aspecto no menos relevante. Las fábricas vacías, con sus edificaciones monumentales transformadas en escenarios de la desolación, más allá de sus resonancias en la situación económico-política argentina contemporánea, plantean más bien una suerte de clausura de época. Un agotamiento de la esperanza en la industrialización, y de la cultura del trabajo que la acompañó en sus momentos más felices, como eje del bienestar público y del progreso material de la sociedad. El debilitamiento de los cimientos mismos de la modernidad, de sus promesas y desafíos, de sus realidades y utopías.
En sus fotografías recientes, Zargón asume una perspectiva diferente en el registro de estos lugares. No solo por la adopción del color y la exhibición de las imágenes sin escisiones, sino más bien por la manera en que los últimos aparecen representados. Si en las fotos en blanco y negro las estructuras arquitectónicas gozaban de un protagonismo mayúsculo, que podía llevar incluso a la admiración de la racionalidad de sus formas, en las actuales hay un desplazamiento hacia el espacio como escenario de un acontecimiento latente. Ahora es notable la ausencia de seres humanos, que antes podía pasar desapercibida. Y es que ya no parecen lugares vacíos, sino lugares solitarios; su registro reviste un carácter documental más marcado. Las bolsas apiladas, una escoba olvidada, alguna luz encendida, el orden estricto, señalan con insistencia a los trabajadores que no están pero que alguna vez poblaron estos recintos.
En la aparición de este vestigio narrativo, la obra fotográfica de Viviana Zargón se aventura en un nuevo camino de promesas, trabajo y desafíos.